Que alguien me despierte
de este funesto sueño,
donde la niebla diluye su figura
en deshilachadas hebras macilentas,
alimentando la voracidad del vacío.

Que alguien me zarandee
hasta espabilarme,
poniendo fin a esta vorágine
de rostros cubiertos
bajo opacas mortajas.

Aprisa,
pues la mudez de sus ojos
se vuelve insoportable
para este ánimo carcomido;
porque la quietud de sus manos
amenazan escalofríos
sobre este cuerpo;
porque la gelidez de su pecho
se atraganta en mis pulmones,
cortando hasta los suspiros.

Por caridad o compasión
lo pido.

Que alguien me arranque
de esta amarga somnolencia
y me devuelva a la vigilia
en que su cabello refulgía
con la rojez de la llama
vivificadora.

Me apago

Me apago lentamente,
como la bombilla de una linterna
que empieza a agotar sus baterías.

Me apago
y mi fulgor se consume
en boqueadas chisporroteantes.

Tibias brasas se vuelven
mis entrañas carcomidas,
tiñéndose del enlutado ropaje
de los tizones
y amontonan bajo mi piel
su ceniza macilenta.

Me apago,
lentamente,
como hace la lumbre que no se aviva
en el hogar abandonado;
como las estrellas moribundas
que ya no se contemplan;
o como la cerilla distraída
que nadie recordó soplar.

Me apago…
dejando tras de mí
unas manos ateridas
que ya no encontrarán el consuelo
de un cálido aliento.

Me apago

Abandonado

Ya no pían los gorriones
en el alféizar de mi ventana.

Su pícaro revuelo cesó.

Desde que las sombras se asentaron
en sus márgenes,
sólo el silencio se erige
–denso–
como una cortina opaca.

Ya no hallo sus pardas plumas
sostenidas por el viento de la tarde;
ni sus pequeñas pisadas
en la arenisca disuelta.

Me abandonaron, igual que el polen derramado,
y ahora las migas de pan enmohecen
y supuran su herrumbre de despedida.

Abandonado

Huellas

Los pasos dados en la arena
apenas dejan huellas:
el viento y el mar
se encargan de borrarlos.
Nada quedará para la historia
de nuestro transitar
por sus dunas.
Nada de nosotros permanecerá
sobre su piel.
Ni tan siquiera un leve recuerdo
de nuestra presencia.

***

Las plumas desprendidas
de las gaviotas
escriben sinos sobre la arena,
indescifrables para unos ojos iletrados
en la abnegación del asceta,
y dejan su mensaje de efimeridad
al envite de unos pies desaprensivos.

*

Las olas, una vez tras otra,
lamen su cuerpo erosionado,
bendiciéndolo con el rasante
obsequio del olvido:
aquel que nos impide perdurar
en los días venideros,
como contorno grabado
o como cicatriz,
sobre su soleada epidermis.

Huellas

Luz

Dame luz.

Dame los cegadores reflejos
de una pared encalada;
los brillos deslumbradores
arrancados a la piel
de la plateada agua;
el quemador soplo áureo
del sol.

Dame la claridad
del amanecer;
la luminosidad del estío;
el fulgor de las horas
abrasadoras.

Dame el resplandor envolvente
de unas persianas levantadas,
el de las cortinas descorridas,
el de las puertas abiertas
de par en par.

Dame luz
y color
y diafanidad,
que ya tendré tiempo
de opacarme
cuando me engullan
las perpetuas penumbras
exhaladas
por las hambrientas fauces
de la tierra.

Luz