Unas brasas consumidas

Se me ha atragantado la mañana
entre tantas abruptas bocanadas de aire.

Se me ha quedado atravesada
en las rendijas de una persiana entornada.

Amarilla y fría de niebla
y, a la vez, opaca y presurosa.

Aquí se aferra, a mi garganta,
dejándola enmudecida de congoja;
mientras se apagan los soles
que una vez me cegaron,
pero a cuyo abrigo volví
cuando el ocaso macilento los agotó
hasta dejar apenas unas brasas
consumidas.

Unas brasas consumidas

Este funesto sueño

Que alguien me despierte
de este funesto sueño,
donde la niebla diluye su figura
en deshilachadas hebras macilentas,
alimentando la voracidad del vacío.

Que alguien me zarandee
hasta espabilarme,
poniendo fin a esta vorágine
de rostros cubiertos
bajo opacas mortajas.

Aprisa,
pues la mudez de sus ojos
se vuelve insoportable
para este ánimo carcomido;
porque la quietud de sus manos
amenazan escalofríos
sobre este cuerpo;
porque la gelidez de su pecho
se atraganta en mis pulmones,
cortando hasta los suspiros.

Por caridad o compasión
lo pido.

Que alguien me arranque
de esta amarga somnolencia
y me devuelva a la vigilia
en que su cabello refulgía
con la rojez de la llama
vivificadora.

Este funesto sueño

Que alguien me despierte
de este funesto sueño,
donde la niebla diluye su figura
en deshilachadas hebras macilentas,
alimentando la voracidad del vacío.

Que alguien me zarandee
hasta espabilarme,
poniendo fin a esta vorágine
de rostros cubiertos
bajo opacas mortajas.

Aprisa,
pues la mudez de sus ojos
se vuelve insoportable
para este ánimo carcomido;
porque la quietud de sus manos
amenazan escalofríos
sobre este cuerpo;
porque la gelidez de su pecho
se atraganta en mis pulmones,
cortando hasta los suspiros.

Por caridad o compasión
lo pido.

Que alguien me arranque
de esta amarga somnolencia
y me devuelva a la vigilia
en que su cabello refulgía
con la rojez de la llama
vivificadora.

Lamento

Sobre un lienzo, tendido,
yace aquel de la boca dulce,
el de los cantos vespertinos,
el de la sonrisa perenne;
yace sobre su espalda bravía,
con sus mares abiertos
de par en par:
en calma, profundos, cristalinos;
sus gráciles miembros de juncos y cañas
reposan livianos,
con la gracia del danzante
que saluda a su público.

¡Qué hermoso luce,
bajo los reflejos
de los dorados haces!
¡Qué gallardía en el porte, presenta!

Los bucles de su cabello
descienden como negras cascadas
y se esparcen en ríos
hacia los confines de la tela,
en un intento de enredarse,
una última vez, traviesos,
entre los dedos de sus devotos amantes.

¡Qué hombría exuda su cuerpo!
¡Qué perfección muestra
su faz cincelada!

En bronce pulido refulge su piel,
esa que tantas veces fue recorrida
con unos labios ansiosos,
la que calentó alcobas,
la que refugió tribulaciones
y vistió edades tempranas;
piel de aire y arena,
de lluvia fresca
y primavera florida,
de sal y ruboroso fuego,
tan rojo
como las amapolas abiertas
sobre su pecho.

Lamento

NAUFRAGIOS

A fuerza de naufragios,
quedé varado en las costas
del pérfido olvido,
entre huestes de blanca espuma
y ovillos de esponjosas algas.

Como un Robinson descarriado,
busqué aquel día de la semana
que liberara las enquistadas frustraciones
albergadas en mi amortajada anatomía
y diera voz a esos mudos latidos,
enfebrecidos por la vil soledad,
que amenazaban con quebrar
estas gélidas sienes plateadas.

Con lutos y duelos avinagrados
restregando las purpúreas llagas
que los arrecifes y pecios descarnaron,
lamí los horadados lamentos del infortunio,
en espera de la exanguinación
o de un destello de hogar.

Más, a pesar de todo,
nunca conseguí desprenderme de la botella
que atesoraba, en su vientre,
la imperiosa súplica de salvación.

NAUFRAGIOS

Os abandono

Hoy tengo que dejaros atrás.
Debo partir sin remisión,
a pesar del quebranto
que tan nefasto hecho
me suscita.

Aprisa, pero con la mirada vuelta,
emprendo la marcha
que me aleja de vuestro lado.

Aprisa, pero con remordimientos,
os abandono.

Os abandono en esta doble pérdida:
la que puso tierra entre nosotros
y la que, ahora, pone un mar.

¿Quién cuidará –me pregunto–
vuestra piel petrificada?
¿Quién santificará vuestros nombres
en mi ausencia?
Si es que aún se respeta
la última morada de un hombre…

Y en los adioses desconsolados,
un pensamiento, como una espina,
me traspasa hiriente el pecho:
que ya no vuelva a veros
ni nos podamos reunir.

Os abandono

Bebo

Bebo las lágrimas
que humedecen esta orilla,
y la otra,
la de enfrente,
la que no se ve
pero se intuye.

Sorbo a sorbo las consumo,
hasta que mis pulmones
dicen basta;
mas es una sed
que no se sacia.

Pescador,
cuando eches la red,
recuerda:
allí sigo bebiendo,
en el fondo de la copa,
hasta apurarla,
hasta que me funda con ella
y me convierta
en el manantial
de nuevas lágrimas.

Bebo