Entre la densa niebla

Entre la densa niebla de brumas cegadoras
que diluyen mi silueta en lechosos jirones fantasmales,
he oído el tintineo de tus ajorcas,
como una dulce melodía arrastrada por el viento.
Y guiado por ella, como la luz del faro
que indica a los barcos el camino seguro a casa
en las oscuras noches de somnolientas estrellas,
encaminé mis pasos
por el serpenteante sendero que bebe
del farol que alumbra tu puerta,
con mis temores disipados y el corazón henchido
por la visión del bermellón que adorna tu frente.

Entre la densa niebla

Apenas fuiste un sueño

Apenas fuiste un sueño,
una sombra desdibujada en mi mente,
sin rostro definido ni contornos nítidos.
Tu voz sonaba como mi voz,
tus palabras eran dichas por mi boca;
tus ojos, espejos de los míos,
o imaginados de vagos recuerdos.
Tu cuerpo, cincelado en alabastro
fue tallado por mis manos;
tu sonrisa arrancada de mis labios;
tu espíritu moldeado a mi imagen y semejanza.
Tú fuiste la rani de mis ensoñaciones,
una mera ilusión que, aunque deseada,
nunca tuve la esperanza de alcanzar.
Y sin embargo, hoy estás aquí;
y mientras, con temblorosa mano,
aplico el bermellón sobre la raya de tu pelo,
tus ojos reflejan los míos
como la luna sobre las claras aguas de un estanque,
mostrándome, con el brillo con que Surya refulge,
que por fin estoy despierto.

Apenas fuiste un sueño

Estréchame en tus brazos

Estréchame en tus brazos,
como si éste fuera el fin.
Estréchame en tus brazos
y ruega que Dios Todopoderoso
oiga mi súplica y detenga el tiempo sobre nosotros,
para que podamos permanecer así, aferrados,
de nacimiento en nacimiento
eternidad tras eternidad.
Y aunque sé que esto es sólo Maya,
una mera ilusión,
nunca me sentí más cerca de la Verdad
que cuando atenazabas mi cintura con tus brazos,
reposando tu cabeza sobre mi hombro,
y sentía la calidez de tu aliento en mi cuello.
Por eso, estréchame una vez más en tus brazos,
como si éste fuera el fin
o quisieras evitar mi partida.

Estréchame en tus brazos

Sé que ya te he visto antes

Sé que ya te he visto antes.
Perdona, pero no reconozco tu nombre ni tu rostro;
pues no pude ver tu cara ni fuimos presentados.
Aún así, sé que ya te he visto antes,
aunque no pueda reconocer
las ondulaciones de tus cabellos,
ni el fragante aroma que de ellos emanaban,
pues el velo los mantenía ocultos,
ensombreciéndolos.
Y a pesar de todo, sé que ya te he visto antes.
Me lo dice el grácil tintineo de las ajorcas
que adornan tus tobillos.

Sé que ya te he visto antes

Sita

La valla tenía un agujero,
en la parte que daba a tu patio;
por él miré una vez
–fue por casualidad, lo juro–
y entonces te vi.
De los lóbulos de tus orejas colgaban,
en perfecta resplandecencia circular,
dos argollas doradas que besaban
la base de tu delicado cuello,
de un terso moreno aceitunado
en intenso contraste con el
anaranjado-amarillento de tus ropajes.
En aquel entonces no tuve palabras
para expresar la petrificación
de mis miembros;
sólo tiempo después supe describirlo
como una sensación de puro éxtasis
el que me embargó hasta las fibras
más recónditas de mi médula espinal.
Durante una eternidad me quedé allí,
contemplando embelesado tu imagen,
absorbiendo cada detalle de tu rostro
para el deleite de mis sentidos;
y cuando creía que ya no podría
coparme más de ti,
te deslizaste, como una suave brisa,
sobre tus desnudos pies rojizos,
hondeando al viento, cual briznas de hierba,
la seda perfumada de unos cabellos
negros como una noche oscura.
Cada vez te alejabas más
y yo ya te daba por perdida,
cuando detuviste tu grácil balanceo
y te giraste hacia donde yo estaba,
traspasando la barrera que me ocultaba,
con la acuosa profundidad
de tus ojos almendrados,
encendidos como dos teas ardientes
en mitad del firmamento;
luego desapareciste bajo el umbral,
como una sombra, y como una sombra
te desvaneciste,
dejándome el corazón abrasado
y sin conocer siquiera tu nombre.

(A veces te me apareces en sueños,
y de mi boca sólo sale invocarte
llamándote Sita)

Sita