Templo de silencio

Traspaso la puerta
de lo que se ha convertido
en un templo de silencio;
cripta sepulcral de lo que
antaño fue mi pasado.
Hoy nada queda de ello,
ni tan siquiera los ecos
que rebotaban en las lisas paredes
pintadas de verde;
ni los suaves golpeteos
de unos pasos almohadillados.
La oscuridad se extiende por sus salas,
a pesar de la cegadora iridescencia
que se cuela por los ventanales,
haciendo parecer resplandeciente
incluso a la noche más cerrada
carente de luna.
El vacío recorre sus pasillos
aplomándolos de nada,
engullendo los suspiros y lamentos
que mi boca se atrevió a exhalar,
volviéndolos inservibles y vanos;
pues la nada, nada devuelve
una vez que se aferra
con sus ignominiosas garras.
Y en esta soledad en que me quedé,
el tiempo fluye lento,
remarcando cada uno de los días que pasan,
acentuando la ausencia que me dejaste,
marcándolas con las arrugas de la piel
sobre mi frente y sobre mis ojos secos,
cansados de ver la puerta
de lo que se ha convertido
en un templo de silencio.

Templo de silencio

La estopa prende anaranjada

La estopa prende anaranjada
y su humareda eclipsa
este gélido atardecer.

A este lado todo es blanco.
Todo es soledad, inmensa y pesada.

Nadie cruza ya a este lado
por el esqueleto metálico
que dejaron plantado
los constructores de huidas,
nadie se atreve a tantear
sus oxidadas formas.

¿Quién puede confiar su peso
a unas débiles manos artríticas?

La llama crepita nerviosa,
su calor apenas sustituye
el de un hogar,
pero al menos desentumece.

Desentumece este corazón somnoliento
que insiste en mirar al otro lado
con el ansia del que espera compañía,
con el sueño del que anhela partir
aún cuando sus venas
ya han anclado entre los escombros.

La estopa prende anaranjada

NAUFRAGIOS

A fuerza de naufragios,
quedé varado en las costas
del pérfido olvido,
entre huestes de blanca espuma
y ovillos de esponjosas algas.

Como un Robinson descarriado,
busqué aquel día de la semana
que liberara las enquistadas frustraciones
albergadas en mi amortajada anatomía
y diera voz a esos mudos latidos,
enfebrecidos por la vil soledad,
que amenazaban con quebrar
estas gélidas sienes plateadas.

Con lutos y duelos avinagrados
restregando las purpúreas llagas
que los arrecifes y pecios descarnaron,
lamí los horadados lamentos del infortunio,
en espera de la exanguinación
o de un destello de hogar.

Más, a pesar de todo,
nunca conseguí desprenderme de la botella
que atesoraba, en su vientre,
la imperiosa súplica de salvación.

NAUFRAGIOS