Templo de silencio

Traspaso la puerta
de lo que se ha convertido
en un templo de silencio;
cripta sepulcral de lo que
antaño fue mi pasado.
Hoy nada queda de ello,
ni tan siquiera los ecos
que rebotaban en las lisas paredes
pintadas de verde;
ni los suaves golpeteos
de unos pasos almohadillados.
La oscuridad se extiende por sus salas,
a pesar de la cegadora iridescencia
que se cuela por los ventanales,
haciendo parecer resplandeciente
incluso a la noche más cerrada
carente de luna.
El vacío recorre sus pasillos
aplomándolos de nada,
engullendo los suspiros y lamentos
que mi boca se atrevió a exhalar,
volviéndolos inservibles y vanos;
pues la nada, nada devuelve
una vez que se aferra
con sus ignominiosas garras.
Y en esta soledad en que me quedé,
el tiempo fluye lento,
remarcando cada uno de los días que pasan,
acentuando la ausencia que me dejaste,
marcándolas con las arrugas de la piel
sobre mi frente y sobre mis ojos secos,
cansados de ver la puerta
de lo que se ha convertido
en un templo de silencio.

Templo de silencio

Hueco

Tengo un hueco -aquí-,
entre la columna y el esternón,
excavado con las uñas
de tu ausencia.
En carne viva, aún, escuece
a pesar de las curas
aplicadas por el tiempo,
pues la sal
vertida sobre mi rostro
mantiene igual de fresca su costra
que aquel día
que se enarbolaron
blancos pañuelos de despedida.

Hueco

Orfandad

Aunque el tiempo borre tu rostro
y tu voz se diluya
en la amalgama de ensordecedores ruidos
que nos taladran cada día;
así ya no recuerde tu olor
y se evaporen tus huellas de mi piel;
aún en el caso de que tu presencia
se emancipe de mi pecho,
ahondando la ausencia
que ya se abigarró junto a mi cama,
y las tiritas de la costumbre
desdibujen las cicatrices
de la congoja;

yo, penante impenitente,
seguiré adoleciendo
–hasta que el mármol me arrope–
la orfandad que germinó
entre aquellas sábanas blancas.

Orfandad

Un día…

Un día se dirá:

“Todo esto fue ciudad,
y jardines
y fuentes
y vida…”.

Y se señalará el horizonte;
y los fantasmas del pasado
aullarán las pérdidas.

“Hace mucho tiempo,
cuando el pensamiento
era libre,
los pájaros alborotaban
la madrugada
desde las copas de los árboles”.

Y el viento arrastrará
dentelladas de polvo.

“En aquella época,
las risas de los niños
inundaban las calles;
en las plazas,
el té se bebía
despacio, relajado,
entre longevos saludos;
y los ojos enmarcados
en kohl,
resplandecían como luceros
descendidos”.

Y los cuervos revolotearán
de vuelta,
con sus negras alas al viento,
para carroñar cualquier vestigio
de anhelado verdor.

Un día…