Orfandad

Aunque el tiempo borre tu rostro
y tu voz se diluya
en la amalgama de ensordecedores ruidos
que nos taladran cada día;
así ya no recuerde tu olor
y se evaporen tus huellas de mi piel;
aún en el caso de que tu presencia
se emancipe de mi pecho,
ahondando la ausencia
que ya se abigarró junto a mi cama,
y las tiritas de la costumbre
desdibujen las cicatrices
de la congoja;

yo, penante impenitente,
seguiré adoleciendo
–hasta que el mármol me arrope–
la orfandad que germinó
entre aquellas sábanas blancas.

Orfandad