Tengo un hueco -aquí-,
entre la columna y el esternón,
excavado con las uñas
de tu ausencia.
En carne viva, aún, escuece
a pesar de las curas
aplicadas por el tiempo,
pues la sal
vertida sobre mi rostro
mantiene igual de fresca su costra
que aquel día
que se enarbolaron
blancos pañuelos de despedida.
Despedida
Abandonado
Ya no pían los gorriones
en el alféizar de mi ventana.
Su pícaro revuelo cesó.
Desde que las sombras se asentaron
en sus márgenes,
sólo el silencio se erige
–denso–
como una cortina opaca.
Ya no hallo sus pardas plumas
sostenidas por el viento de la tarde;
ni sus pequeñas pisadas
en la arenisca disuelta.
Me abandonaron, igual que el polen derramado,
y ahora las migas de pan enmohecen
y supuran su herrumbre de despedida.
En la hora de la despedida
En la hora de la despedida,
no miraré atrás, ni humedeceré mis ojos
con la sal del lamento;
por contra, alzaré mis voz
en entonaciones de alabanza,
pues la senda emprendida,
será la que guíe mis pasos
–con el corazón henchido de júbilo–
hacia el anhelo
de un nuevo y dichoso encuentro.