Abandonado

Ya no pían los gorriones
en el alféizar de mi ventana.

Su pícaro revuelo cesó.

Desde que las sombras se asentaron
en sus márgenes,
sólo el silencio se erige
–denso–
como una cortina opaca.

Ya no hallo sus pardas plumas
sostenidas por el viento de la tarde;
ni sus pequeñas pisadas
en la arenisca disuelta.

Me abandonaron, igual que el polen derramado,
y ahora las migas de pan enmohecen
y supuran su herrumbre de despedida.

Abandonado