Templo de silencio

Traspaso la puerta
de lo que se ha convertido
en un templo de silencio;
cripta sepulcral de lo que
antaño fue mi pasado.
Hoy nada queda de ello,
ni tan siquiera los ecos
que rebotaban en las lisas paredes
pintadas de verde;
ni los suaves golpeteos
de unos pasos almohadillados.
La oscuridad se extiende por sus salas,
a pesar de la cegadora iridescencia
que se cuela por los ventanales,
haciendo parecer resplandeciente
incluso a la noche más cerrada
carente de luna.
El vacío recorre sus pasillos
aplomándolos de nada,
engullendo los suspiros y lamentos
que mi boca se atrevió a exhalar,
volviéndolos inservibles y vanos;
pues la nada, nada devuelve
una vez que se aferra
con sus ignominiosas garras.
Y en esta soledad en que me quedé,
el tiempo fluye lento,
remarcando cada uno de los días que pasan,
acentuando la ausencia que me dejaste,
marcándolas con las arrugas de la piel
sobre mi frente y sobre mis ojos secos,
cansados de ver la puerta
de lo que se ha convertido
en un templo de silencio.

Templo de silencio

Hay una voz

Hay una voz que me pide que me rinda.
«La vida pasa sin ti», me dice.
«Su transcurrir fluye excéntrico
de tu influencia.
Por eso:
Habla sólo si te pregunta.
Acude sólo si te llama.
Saluda sólo si te saluda.
Y, aún así, mantente ausente;
reclúyete en tu soledad abandonada;
vuelve a colocarte el manto de silencio
con que cubrías tus hombros
para resguardarte de su aguacero»,
me increpa.
Y sus palabras calan en mi paladar
y me enmohecen,
hasta agazaparme -hecho un ovillo-
bajo las sábanas de la desidia.

Hay una voz

Las hojas descansan

Las hojas descansan sobre los bordes de las aceras
y se arremolinan una junto a otra para otorgarse refugio.
Las ramas, desnudas, tiemblan adormecidas por la brisa
y tiritan sobrecogidas por un inoportuno frío.
Desplegad, desplegad vuestro impávido silencio,
ahora que el otoño os ha atrapado.
Hundid vuestros inermes recuerdos en los dominios del sueño,
porque todo yace bajo el efecto de un letargo mortecino.

Las hojas descansan, doradas, sobre las aceras,
adormecidas por la brisa que se arremolina entre las ramas.

Las hojas descansan